Reflejos en la Lluvia.

Y de repente, todo lo que antes te habia sido minuciosamente ocultado, se abre paso a tu vida.
Como un si de un huracan se tratase, la realidad se cuela de forma catastrofica en tu vida, cambiando hasta el mas minimo detalle.
Sin embargo, nada puedes hacer por evitarlo, la madurez llega sin aviso, la niñez se desvanece mas y mas con cada golpe y las esperanzas e ilusiones que la vida del ignorante te habia infundado durante los escasos años de vida que tienes como experiencia, se debilitan por el miedo a cada uno de los nuevos peligros que aparecen en tu vida.

lunes, 31 de octubre de 2011

Prólogo.

Las calles estaban todabía oscuras y su forma; tan extrecha y alargada, acentuaba la sensación de peligro que erizaba el vello de la piel, en continuo estado de alerta.
Además, el reciente chaparrón que había caído sobre la cuidad durante tres días interminables, había dejado en el suelo una capa superficial y resbaladiza de agua, tierra, plásticos y todo tipo de suciedades.
Veronica respiró profundamente, notando como la humedad del ambiente le llegaba a los pulmones y le calaba los huesos, mientras se agarraba a su fino chuvasquero y luchaba por mantener el calor corporal que aun no la había abandonado.
Sus labios tiritaban azulados, el cabello se le pegaba a la frente y tanto su nariz como sus orejas se notaban congeladas.
La noche en la ciudad realmente la intimidaba y el absoluto silencio, tan solo interumpido por el chapoteo nervioso de sus botas contra los charcos la ponía nerviosa, como si allí afuera tubiera que esconderse de algo y aquello realmente la delatara.
Aceleró el paso y tomó la curva de la calle rapidamente, para encontrarse otra exactamente igual de siniestra.
"Perfecto" se dijo a sí misma con ironía, y así, de alguna forma calmar sus nervios. "Algun listillo ha cambiado mi casa de sitio."
Miró a su alrededor, todos los pisos le parecian similares, pero ninguno presentaba el número 27 en su rellano. Además, todo había adquirido distintos tonos de grises y la niebla; tan baja y densa que impedía que se viera el suelo a apenas unos metros de ella, la hacía sentirse como si estubiera viviendo en una de las películas de terror de su padre.
Un escalofrío le recorrió la nuca al momento, era mejor dejarse de cine ahora.
Para no oir sus propios pensamientos comenzó a recitar una canción a media voz, asimismo que cuando era una cria asustada en su cama, debido a las sombras que la retorcida estructura de la lámpara plasmaba contra la pared.
Pero cuando la inquietud principal se fue calmando y el deambular por la calle sin rumbo, buscando aquel número que no apareca, se iba haciendo algo mecánico, algo rompió la constancia de su paseo.
Un hombre, de estatura media y aspecto corpulente, caminaba encorvado y trazando medias curvas mientras agitaba alocadamente los brazos; totalmente ebrio.
Caminaba directamente hacia Veronica, aunque seguramente no lo hacía aproposito, dado que el mareo le habría echo perder el control de su cuerpo y la absoluta totalidad de sus pensamientos.
Ella, asustada por el repentino cambio en la situación, se quedo totalmente paralizada por un momento.
Sus brazos estaban estirados y tensos; rozando la sudadera con la manga y totalmente perpendiculares al suelo, la rodillas le bailaban, los pálpitos de su corazón se detubieron durante un segundo y sus respiración se cortó simultaneamente.
Podía imaginarse el momento en el que su tez se habia teñido al blanco, y como su ojos, de un negro tan profundo que no se alcanzaba a diferenciar de la pupila con facilidad, habíanse de mostrar empequeñecidos por el terror.
Y de repente, allí lo tenía.
Su cara, redonda y llena arrugas por toda parte de piel visible, estaba a apenas unos centímetros de la suya. Pudo observar con atención todos sus rasgos; sus pequeños ojos claros; tan desteñidos por el tabaco y el alcol que de no ser por la proximidad a la que se encontraban, jamás podría haberse percatado de los indicios de su antiguo color; un azul pálido y frío.
Su nariz afilada y caída hasta casi tocar el fino labio superior, estaba pelando y tanta era la cantidad de suciedad que habia en ella, que semejaba estar partida a la mitad por una fina linea de polvo y sudor.
Veronica reaccionó finalmente gracias a la enorme repulsión que le causaba dicho personaje, siendo incrementada de forma importante esta sensación por su horrible aliento, que habia llegado a ella con toda su fuerza, dejando en su garganta la nauseabunda mezcla de alcol, tabaco y menta.
Levantó los brazos y empujó con toda su fuerza, mientras incoscientemente se estiraba hacia atrás todo lo que su cuerpo de permitía.
El hombre, sorprendido y casi tan asustado como ella, cayó al suelo como un peso muerto, levantando consigo una pequeña cantidad de partículas del suelo arenoso y quedándose allí tirado; totalmente incosciente.
Veronica miró durante un segundo su cara cansada, sus megillas teñidas al carmín por la bebida y el fino hilo de baba que se le escapaba de los labios amoratados y ligeramente abiertos, para después, rindiéndose por fin a las arcadas que acudían incesantes a su garganta, apoyarse como alcanzó a una de las paredes de piedra gris y  pintar el suelo con los vivos colores de su cena; apenas dijerida.
Después de esto, levantó la cabeza despacio y la apoyó en el dorso de su mano izquierda; todabía encaramada al muro de granito viejo.
Sus ojos estaban llorosos y brillaban cristalinos a la luz de luna, la cabeza le dolía, tenia frío y en su boca había quedado ahora ese particular y tan desagradable sabor ácido de después del vómito.
"Estoy cansada." Se repetía a sí misma, mientras se obligaba a caminar y se regañaba por no haberse aprendido todabía el camino en los cuatro días que llevaba viviendo allí.
Recordó lo fácil que era todo antes. Si aún viviera con su padre le habría bastado con llamarle al teléfono y él, de alguna forma, se las habría ingeniado para encontrarla en el máximo plazo de media hora. En media hora habría estado de vuelta a casa, tan solo en media hora...
Y ya llevaba una hora y media caminando.
Pero, ahora que había conseguido todo lo que siempre había deseado, se daba cuenta que la independencia no era tan marabillosa como ella pensaba.
Y justo en el momento en el que esa idea apareció por su mente, también lo hizo, a unos cinco metros escasos de ella, el marabilloso y tan huidizo número 27.
Suspiró y el alivio acudió a ella como una droga, relajando cada uno de sus músculos al instante, mientras sacaba el manojo de llaves tintineantes de su bolsillo trasero y se dirijía al portal de su residencia.